I PARTE: UN VIAJE AL PASADO
CAPITULO 1
Cuando
tenía la tierna edad de un año, recuerdo perfectamente que mi padre tuvo un
accidente de tráfico y necesitaba por un tiempo usar muletas, yo apenas sabía
caminar pero para ir, o acercarme hasta mi padre, podía hasta correr… Me
contaron que fue con el camión, (el cual hasta hace bien poquito yo conservaba
con todo mi amor en una finca, quizás era una manera de aferrarme al pasado,
pero no me importa, lo tenía tapado para que “no rompiera con el entorno” ya
que las nuevas leyes del ayuntamiento, que no saben de que manera tocar las
pelotas, decían esa sandez, estando el camión en una finca cerrada y tapado,
bueno, de momento no quiero seguir con ese tema por que me pongo furiosa, y ya
vereis que va pasando cuando me pongo furiosa; que resumiendo, que lo tuve que
quitar) la gente no se explica como pudo salir de la cabina él solo, puesto que
era alto y fuerte, sólo rompió una pierna.
Un
hombre del pueblo más chico... que digo más… mucho más chico que él, puesto que
no creo que llegara al metro sesenta y cinco, no pudo meterse dentro, así que
la gente no podía explicarse como una persona de la envergadura de mi padre,
salió de allí con vida, es que no sabían quien era mi padre, jajaja.
Tenía
que quedar ingresado en el hospital pero firmó el alta voluntaria para ir a
casa.
Bueno, aunque… eso realmente no fue así, pero
no se si aquí… bueno ¡¡qué tonterías!! ¿Por qué no?... no firmó tal alta, se
piro para casa sin ningún tipo de papeleo burocrático asqueroso.
Yo
comencé a caminar a trompicones, con 9 meses, ya bueno, comencé a destacar por
algo en la familia, ya que era la más precoz, pues mis hermanas empezaron al
año.
Entre la
vida y la muerte estuve con 4 meses, tuve una deshidratación bastante
pronunciada y creo que eso me marcó para el resto de mi vida, ya que durante mi
vida mortal, no me gustaba beber agua, y de hecho,aún sigo odiándolo,
como una leo como yo, siempre es la reina de algo…
Yo
siempre estaba con mis padres y cuando podía con mis hermanas, no entendía el
cotilleo que se traían, pero yo intentaba estar siempre rodeada de vida… a
costa de la mía propia si era necesario… (Alguna vez debí de colocarme y eso puede formar parte de otra historia)
La
compañía de mi padre era para mí el regalo más preciado del mundo, nunca me
levanto la mano ni mucho menos, y digo esto, pues en mi época eso estaba a la orden del día.
Siempre sabía perdonar las
travesuras que como cualquier leoncito pequeño se atreve a hacer, Ya Gandhi en
su día dijo: “Perdonar es el valor de los
valientes. Solamente aquél que es bastante fuerte para perdonar una ofensa,
sabe amar” por eso sé que mi padre
me quería.
Él se
dedicaba a la madera, podía ser serrador, o carpintero, o cualquier cosa que se
propusiera lo sabía hacer, pues tenía un don para trabajar, aunque cuando Dios
repartió la paciencia, mi padre no debía de andar cerca, y visto lo visto, a lo largo de la historia de mi vida, yo también perdí ese boleto, pero vamos, que paciencia, no tenía, no hay cosa peor que algo no salga como uno quiere, como desea, es frustante.
Alguna
vez he pensado que esa exigencia fue lo que le llevo a desaparecer de este
mundo, pero bueno, tampoco he podido llegar a adivinarlo por completo…
Como te
decía, iba con mis padres al monte a por madera, esperaba en el camión mientras
ellos trabajaban para tirar los árboles y subirlos al camión, he de reconocer
que muchas veces me quede dormida esperando a que el camión se llenara para que
mi padre me contara sus historias o me cantara canciones de camino a casa.
Mientras veía como caían los árboles… (Ese ruido tan particular que tenían al
partir su tronco del todo que no puedo
describir con palabras, pero acuden a mi cuerpo unos escalofríos que me hacen
recordar tiempos felices) esperaba con entusiasmo a oír el “plom” cuando ya el
árbol debidamente cortado era depositado en el camión… ¡¡qué tiempos aquellos!!
De
camino a casa, cantábamos canciones, a mi me gustaba el mismo estilo de música
que a mi padre, pero no dejaba de ser una niña que también tenía sus propios
gustos, asi que cuando me sabía alguna canción “infantil” era lo primero que
cantabamos, luego ya pasabamos a fandangos, bulerias… y lo que hiciera falta,
que si se nos olvidaba la letra, no pasaba nada, hacíamos una nueva versión y
ya está.
También
recuerdo con cariño aquellos domingos que cogíamos el coche y mi padre me
dejaba conducir, mientras íbamos a algún lugar para ver una partida de madera
que le habían ofrecido para comprar.
Recuerdo
con especial cariño, aquel día que por primera vez, cuando yo tenía 7 años que
me dejo conducir por el camino de Devesa a mi sola y venía un coche de frente,
rápidamente solté las manos muerta de miedo y le dije “viene uno” y él me dijo que no me preocupara, que él estaba conmigo y yo lo que
debía de hacer era continuar por mi lado de la carretera como cuando íbamos por
el monte, y claro a todo esto, mi madre daba voces y gritos en el asiento de
atrás, de aquel carro blanco… El cuál cuando murió mi padre, mi madre decidió
venderlo y yo decidí quitarle la palanca de cambios, y aunque esa travesura no
salió bien porque me pillaron, pero con el detalle que hoy por hoy me quedo, al escribir estas líneas, yo me lo pase de miedo intentando arrancarla.
Muchas
veces también me hago la pregunta de que hubiera pasado si mi madre, hubiera sido como mi padre, ¿la vida seria
o hubiera sido diferente? No echo a mi madre la culpa de nada, tan solo me
pregunto que hubiera sido. Sólo eso.
Como ya
te habrás dado cuenta querido lector, sentía una gran admiración hacia mi
padre… Y te diré que recuerdo aquellos días que íbamos solos a ver madera, mi
madre no se apuntaba siempre a las aventuras, quizás no entendía nuestro
sentido del humor, íbamos los dos, y yo siempre llevaba mi libreta, donde
apuntaba la medida de cada árbol, y bueno, otras veces apuntaba otras cosas,
pero era algo asombroso… siempre lo he pensado pero nunca he acertado con la
fórmula mágica, mi padre, mirando un árbol, calculaba con tan solo mirarlo
cuanto media, tanto de ancho como de largo, era tan rápido que incluso a veces
no me daba tiempo de terminar de apuntar el primer número y ya me había dicho
tres o cuatro más… ¡¡cómo le encantaba lo que hacia!! Se notaba que era puro
sentimiento, cuando venia mi madre, no había esa complicidad y esa confianza, ella tenía que llevar
el metro y medir para cerciorarse muchas veces, no creía en el don de mi padre,
cosa que yo creía con los ojos cerrados, ella no, ella como Santo Tomás, si no
lo veo, no lo creo.
Yo desde
el primer día fui “especial” nunca fui como el resto de los niños que había en
mi pueblo, mi personalidad desde pequeña despuntaba por otros derroteros, de lo
que con el tiempo he llegado a pensar que es un mundo de “ovejas” carentes de
personalidad y de decisión, yo si decía “no” era no y no había quien me hiciera
cambiar de opinión, cosa que mi madre siempre pretendía hacerme convencer con
algún regalito o alguna cosa de esas, pero no me dejaba convencer, eso si,
primero aprovechaba el regalo, y luego me salía con la mía.
Cuando
alguien iba a mi casa a hacer una visita o a verme, yo con todo mi morro
preguntaba ¿qué me has traído? Si me decían que nada les decía: Entonces, ¿se
puede saber a que has venido?. Y ya que cuento todo, te diré que en más de una
ocasión cobre (y no dinero) por mi osadía
A las
niñas les gustaba jugar con las muñecas, yo no le veía mucho sentido, para que
nos vamos a engañar, es mas, me parecía absurdo y una perdida de tiempo. Si
jugaba con mis vecinos, a indios y vaqueros, todos querían ser vaqueros… pues
yo siempre quería ser indio. Cómico ¿no? Mis vecinos más cercanos eran niños
por lo que yo jugaba a cosas de guerra con ellos, y mi padre nos hacia
pistolas, espadas y escopetas de madera con las que cuando dejaba de trabajar,
nos ponía a todos a hacer la instrucción, era divertidísimo, todos los niños
haciendo la instrucción cargados de escopetas y timbales, y todos, deseando jugar
con aquel niño grande que era mi padre, todos le querían y le adoraban como que
fuera nuestro “Dios” particular.
Un día, el día 15 de agosto que es la fiesta
del pueblo, al lado del bar, junto a la carretera, nos puso a hacer la
instrucción, no veas que bien lo pasamos y la gente del pueblo nos aplaudía
como locos… pero no era a nosotros, era a mi padre, pues tenía la paciencia de
aguantarnos y corrían otros tiempos… Lástima que no pasara por allí en aquel
momento un director de circo ya que las “fierecillas” que éramos nosotros,
estábamos domadas… Quizás si eso hubiera sido así, ahora seríamos famosos…
jajaja. Siempre recordaré que Julian era el más feliz.
Un día, no hace mucho, cenando en un
restaurante con unos amigos, les estaba contando estas historias, no sé, ¿no te
ha pasado el tener un día gracioso que todo lo que dices son tonterías y la
gente se parte el pecho de la risa? Pues a mi te puedo asegurar que si, un
montón de veces me ha pasado, pensarás, claro, con lo vieja que eres es normal,
pero me refiero a espacios cortos de mi vida. Temporadas que se tienen, vamos.
Pues
como te iba contando, estábamos cenando y empecé a contar peripecias de cuando
era una niña, siempre iba cargada de escopetas, espadas, pistolas… de madera,
claro; y me hacía gracia por que uno de los contertulios entendió que yo
colocaba a las nancis en fila y las ponía a hacer la instrucción, y claro, las
muñecas no pintaban nada por supuesto. Y para rematar la cena, debes cantar a
tus acompañantes: “ I son de Cocodrilo” veras que pasa
Como te
iba contando a cerca de fragmentos descolocados que van llegando a mi mente, un
día, en mi casa mi padre nos hizo para jugar un “tobogán” un tobogán especial
por que era un tablón grande apoyado en un castillo para que tuviera la
pendiente deseada, sin cepillar… ¿sabemos lo que eso significa, no? Todos los
niños regresaban a sus casas felices, riendo y soñando con que al día siguiente
se lo pasaran mejor, o… por lo menos igual que aquella tarde jugando en la
sierra de barrio con un simple tablón, que era nuestro tobogán. Sus madres al
verlos no eran tan felices ya que, significaba que la ropa interior no serviría
más para otro día, al deslizarnos por la áspera madera, una y otra vez como
criaturas que éramos, ésta, o sea, la madera, rompía pantalones, faldas… pero
pensémoslo fríamente querido lector y saquemos cada cual nuestra propia
conclusión, ¿merecía la pena un disgusto por llegar a casa con la ropa hecha
jirones con lo bien que lo habían pasado? ¿Era necesario poner el grito en el
cielo? Yo creo que no… ¿no te parece?
Al menos bajo mi
punto de vista, mi querido amigo mortal, la felicidad de los niños es lo más
importante que puede existir para unos padres, y así debería ser, ayer, mañana
y siempre. Píénselo mi querido amigo.
…
Si un niño
de pequeño es feliz, en su madurez será
una persona responsable y buena, y enseñará a sus propios hijos a
disfrutar de lo que él disfruto y a saber entender y aceptar el mundo que le
rodea, que por cierto es bastante asqueroso. ¿Qué sacan los padres por estar siempre enfadados, que no juegan nunca con sus hijos o que incluso les molestan? Miserables es lo que son. Y no me vengas ahora con la impertincencia que emplean algunos de decir que es que están cansados... ¿que están cansados? anda ya y no me toques lo cojones por favor, mira, voy a dejarlo que otra vez me cabreo y cuando me cabreo....
Vayamos
ahora al “peculio”
El
dinero me encantaba mi querido amigo, sobre todo los billetes de dos mil
ducados que eran rojos… ya el rojo me tiraba… me llamaban ponderosamente la
atención, siempre le rebuscaba a mi padre en los bolsillos de los pantalones al
regresar del colegio, si alguien le pagaba en mi presencia yo miraba a ver si
había algún billete de 2000 para que me lo diera… mi padre se reía, incluso un
día llegué a coserle los bolsos del pantalón para que me diese los billetes a
mi, si cuando yo llegaba del colegio estaban descosidos... yo ya sabía lo que
eso significaba, tenía dinero fresquito esperándome.
Un día,
fuimos a León a una casa muy grande y moderna, era una casa que por entonces se
llamaba de cambio, ahora en la actualidad, es lo que conocemos por banco; pues
fuimos allí para cobrar un “cheque” y mi padre pidió al de la caja que no le
diera ninguno de dos mil por que sino yo se los ventilaba, el hombre le dijo
que no creía que eso pudiera ser posible porque solamente había esos billetes y
los de 5000, pero que eran como ahora los que algunos llaman Bin Laden, que
saben que existen pero nunca los han visto, pues lo dicho, los de 5000
escaseaban bastante y tendría que darle bastantes de 2000, asi que ya estaba yo
frotándome las manos como diciendo… esta es la suerte de mi vida. Pero nunca se enfadó conmigo.
Todas
las noches, antes de acostarme, contaba mi dinero, en aquella época yo no sabia el valor que tenía pero me
satisfacía contarlo una y otra vez.
Como no
sabía el valor que tenía el dinero, un día viajando en un carro de la época
llamado seiscientos, porque según por cuantos caballos iba tirado, vacas o
mulas lo llamaban de una manera, iba con el que años después fue mi cuñado
Pedro; veníamos de Gallegos de Curueño de pescar cangrejos y hubo un momento que
ya no pudimos seguir camino a mi casa, así que, él me dijo que quería cambiar
de modelo pero no podía, porque era un modelo muy caro, costaba ciento
veintitrés mil ducados, y para aquel entonces, era muchísimo dinero; yo con
toda mi inocencia, pues tenía 5 años, le dije que no se preocupara, que él
pusiera las mil que yo pondría las 123, no me digas que no era buena ¿eh?.
En fin, cosas de
niños.
Pero
sigamos con los relatos, La navidad eran momentos de alegría en mi casa,
incluso algún día mi hermana mayor, mi padre y yo, fuimos por el pueblo
cantando villancicos, igual ellos también se disfrazaban y lo pasábamos
estupendo los tres, a casa de la vecina fuimos muchas veces porque ellos no
eran de cantar y esas historias. Yo sólo iba por ir con mi padre, puesto que a
mí la farándula esa no me gustaba mucho, pero si, yo era como la sombra de mi
padre, tenía que serlo siempre.
Poníamos el nacimiento, que también era
divertidísimo, el sábado antes de noche buena, iba con mi hermana menor casi
siempre cerca del canal de devesa a recoger musgos por que ese era el día para
poner el nacimiento; recuerdo un año de
manera especial, aun éramos todos felices y mi padre me hizo un avión para una
muñeca que tenía y llamaba Nancy, que aunque no solía jugar con muñecas,
algunas tenía, pues me hizo un precioso avión de madera, lo pintó, lo lleno de
bombillas de colores, puso a la Nancy de piloto, y colocó el avión con las
luces encima del castillo más alto de la casa, Huahua… llamaba la atención otra
vez el trabajo de mi padre, se veía a kilómetros de distancia las luces
parpadeando a lo lejos, la gente no sabía lo que era y ni cortos ni perezosos
se atrevían a acercarse a mirar, eso si, “anonadados”… recuerdo con tanto
cariño aquellas navidades… pero… jajaja seguramente mis hermanas también las
recuerden aunque no con la misma alegría que yo, te explico…
El 31 de
diciembre mis padres fueron a cenar al bar Honrado con unos amigos y a mi no
quisieron llevarme y me dejaron al cuidado de mis hermanas y como luego fueron
sus novios a casa yo casi me muero de asco… buagh yo pensaba “mira que son
asquerosos besándose en la boca” por lo cual, ni corta ni perezosa, me puse a
llorar pensando en lo que se me podía avecinar, mi amiga Lauri y yo, habíamos
llegado a la conclusión de que si un chico y una chica se daban un beso en la
boca, tenían un hijo, si mi hermana
tenia un hijo yo no iba a ser mas la pequeña de la casa, la reina de la casa,
la niña de sus ojos, así que decidí ponerme a llorar como una magdalena, no me
pasaba nada, solamente que tenía celos de “nada” pero yo no lo sabia por eso
decidí llorar, y ellos creyeron que yo había pillado alguna botella de las que
andaban por allí, y como tenia 5 años, me había emborrachado… no había bebido
nada pero fíjate lo que conseguí, conseguí ser el centro de atención, lo cual me agradaba sobre manera, conseguí que me hicieran caso, y lo mas importante, que
se hartaran de mi y me llevaran con mis padres. ¡¡Que felicidad!!, regresamos a
las 6 de la mañana, era mi primer trasnoche excesivo, y mi padre por el camino
iba cantando y tocando el acordeón, que felicidad, mi primera noche fuera, quizas un presagio de lo que con el tiempo me esperaba, mas de diferente manera pues si continuas mi historia, sabrás a que me refiero. Piensa que yo solo contaba
con 5 años.
¡Cuántas
noches se quedo mi hermana Amparo cuidándome para que mis padres salieran! A mí
me encantaba estar con ella, era muy moderna y fue quien me regaló mis primeros
levi´s cuando yo tenía 3 años, en aquella época las niñas llevaban siempre
vestidos, cosa que a mí me desagradaba por completo. Mi otra hermana, Mari, era
más independiente. Ambas me hacían llorar a menudo diciéndome que era
un pollo, que era adoptada, que me habían regalado unos gitanos... etc.
Anda… y
aquel día que fueron mis padres a la boda de la hija de Jerómo en Asturias y
me dejaron al cuidado de Pepe, Lisi y Noelia…. Uff mi peor pesadilla era quedar con esa familia, a la chiquilla, la tenían en el mundo, porque en este mundo por si no te has dado cuenta
mi querido lector, tiene que haber de todo, pues Noelia era como un muro viviente,pues nada por su cuenta le dejaban hacer, creo que hasta la madre le indicaba: inspira… respira… pobre mujer;
Siempre me estaban comparando con esa niña, a mi me daba pena de ella pues
vivía en un mundo así como “Alicia en el país de las maravillas” yo siempre he
de reconocer que pensaba que el día que ella aterrizara en el mundo, se iba a
dar un tortazo como una campana; los padres, eran los culpables de todo el problema,
la protegían tanto, que la tenían apalominada. No se que sería de ella, pero
espero que todo le fuera bien, y que por fin su padre le dejara poner los pies
en la tierra antes de que fuera tarde. Pero bueno, que a lo que voy no es la
insulsa vida de esa pobre niña sino a lo que yo podía conseguir por medio del
poder de la sugestión tan potente que fui conociendo con el paso de los años…
Yo no quería estar en esa casa, solo se comía solomillo y lenguado, cosa que
odio, allí no había chorizo ni morcilla que era mi vida en aquellos momentos,
para mí el chorizo es como para un vampiro la sangre… pues como en esa
casa no entraban esas cosas tan del
“populacho” decidí decir que yo me quería ir a mi casa, que me llevaran,
pretendían convencerme diciéndome que no había nadie, a ver si yo tenia miedo,
pero me daba igual, yo no tenía miedo y quería ir a mi casa para ver a mi
padre, aunque solo fuera en una fotografía, y tanto di la brasa, que accedieron
a llevarme a las 12 de la noche a ver a mi padre en una fotografía, que
recuerdo como que la estuviera viendo en el descanso de la escalera, era la
foto de su boda, pero yo solo quería ver a mi padre…
Y poco a
poco, así fue pasando el tiempo de mi vida como mortal, en el pueblo, viviendo,
deseando que amaneciera para ver a mis padres, para estar con ellos, para
fijarme y aprender de su vida, sin intercambiar palabras, pero sabiendo lo que
con sus ojos me querían decir… Mis amigos eran los animales y jugaba con ellos
a “pica”... el problema, que siempre la llevaba yo.
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