domingo, 13 de julio de 2014

Capítulo III de Re de los Siglos

… El 15 de febrero de ese mismo año, cuando iba yo caminando hacia el súper para hacer una compra de ultima hora, al pasar por el bar, alguien que estaba en la calle me llamó, en esos momentos reconocí la voz como de una persona conocida pero no podía recordar su rostro… me volvió a llamar…

-Regí, ¿no te acuerdas de mí?
-Mm. claro que te recuerdo, eres Leoncio, pero te veo igual de joven que como te recordaba ¿no?, pero esa pregunta no tuvo respuesta en esos momentos.

Leoncio era un chico de La Cabrera que había trabajado en mi casa un tiempo hasta que marchó a la mili, y no volvimos a saber de él, y había regresado al pueblo para despedirse por última vez de mi padre. Su muerte llegó a todos los conocidos afincados a lo largo de la geografía española, y los que pudieron se acercaron para despedirse, pero te hablaré de Leoncio...

Charlamos un rato y me dijo que había muchas cosas que no sabíamos y no nos podía revelar, pero que desde que había estado en la mili, su vida por llamarla de alguna manera había cambiado por completo. Incluso su forma de vestir había cambiado, vestía elegantemente como un señor de la época, aunque moderno, dentro de su estilo clásico.

Me dijo que si alguna vez necesitaba de él, solo tenía que llamarlo con la mente, y así lo hice un día que no comprendía ciertas cosas. Aunque no sabía como era eso de llamar a alguien con la mente, pensé en la charla que tuvimos, y al pensar en su nombre… sucedió. Ya corría el mes de abril y el buen tiempo comenzaba a llamar a la puerta.

Estaba en el corral de mi casa, con un brazo escayolado por que me había atropellado una especie de bicicleta con motor, estaba sentada en un banco de carpintero que tenia allí mi padre cuando empecé a pensar que todo era un asco, que yo quería que todo volviera a estar como años atrás y que no quería tener esa escayola, así que pensé en lo que Leoncio me había dicho… “si alguna vez me necesitas, llámame” y así lo hice…

En ese momento no obtuve ninguna respuesta de ningún tipo, por lo que creí que me había tomado el pelo, como era normal, ¿cómo voy a llamar a alguien que hace siglos que no veo, con la mente? Pasaron las horas y cuando el sol comenzó a decaer por la montaña, note, (y ahora que sé muchos de sus secretos), note que alguien se acercaba, y era Leoncio, aquel amigo que de verdad acudía a mi llamada…

Fue a visitarme un número de noches incalculable y me contaba sus aventuras por el mundo y como había pasado todos estos años, me quito la escayola de mi brazo y no sentí ningún dolor… así hasta que decidió contarme su secreto.
Cuando estuvo en la mili, una noche se despertó con dos colmillos marcados en su cuello y una fiebre muy elevada, no podía ni moverse de la cama para ir al baño, ese proceso duró 3 noches hasta que por fin, la tercera noche le visito una mujer egipcia de ojos verdes y blanca como el mármol y le dijo que si quería curarse ella podía hacerlo, pero tenía que renunciar para siempre a ver la luz del sol y a guardar para siempre el secreto del Don Oscuro, como así lo llamaba…

Él accedió por que sabía que la vida no tenía mucho sentido para él ya que con esa fiebre nadie le podía curar y moriría irremediablemente así que pensó que era lo mejor que podía hacer; ella, para no levantar dudas entre sus compañeros del cuartel, lo visitaba cuando todos dormían para contarle parte de sus secretos, de sus poderes, y de lo que podía hacer a mediada que pasara el tiempo; le mandó afeitarse y cortarse el pelo pues así estaría el resto de la eternidad; ya casi estaba a punto de sufrir la transformación cuando volvió a notar otro pinchazo en las marcas de su cuello, estaban cicatrizando y la fiebre había desaparecido, ella se hizo un corte en la mano y lo mandó beber.

-Bebe Leo, bebe…

Él bebió todo lo que pudo y empezó a notar como su cuerpo moría por dentro, pero al mismo tiempo, notaba como iba adquiriendo más vida…

“La reina, antes de irse, me recordó que no debía revelar a nadie el secreto de mi repentina curación y que no podría ver nunca más el brillo de la luz del sol”.

Pues así, a lo largo de las noches fue como Leoncio, aquel chico tímido que había trabajado en mi casa, se había convertido en inmortal, en un  bebedor de sangre, y ahora pretendía convertirme a mí.

Le pedí tiempo, unos días, quizás meses, para pensármelo, tenia que renunciar a cosas tan bellas como ver salir el sol, ir a la piscina en verano, o sentarme en un parque a leer un libro durante las horas del día, comerme un bocadillo de CHORIZO, o algo tan simple como fumarme un cigarrillo, eso, ya no lo podría volver a hacer, por lo que necesitaba tiempo, quedamos para vernos a la semana, ya era el mes de mayo y los días eran más largos, por lo que nuestra hora de encuentro serían las 12 de la noche en el campanario de la iglesia de Vegas del Condado, ese era el pueblo de mi madre, y cuentan que hay una leyenda a cerca del campanario, así que era el momento de echarle valor y subir a ver si era verdad.

Cuando llego el día yo ya tenía mi respuesta, me despedí de mi familia como cualquiera otro día cuando salía por ahí con la moto, (bueno, con lo que ha evolucionado y se conoce ahora como moto) salía a diario y me encantaba ir desafiando a la guardia del momento, no tenía ningún permiso para ir con ella pero no me importaba, a veces me perseguían y me encantaba jugar con ellos al despiste; y bueno, siguiendo con lo que te decía... al marcharme añadí una frase que no sé si a más de uno le daría que pensar, permítanme dudarlo, pero me despedí diciendo: -¡hasta luego! Cuidaros. Nadie hizo un comentario, ni lo más leve, por lo que dudo que a alguno le diera que pensar…
A mi mami chula le di un gran beso en la frente y no sé por qué pero note como sus ojos querían llenarse de lágrimas y se dio la vuelta para subir a la parte de arriba de la casa, sin nada en concreto para hacer.


Pasaron los días y los meses, y ahora los años y no regresé más a mi amada casa, aunque aún tengo la esperanza de que con el paso de los siglos, se conserve, y algún día si es todo diferente poder volver a ella, y decir: “hola, he regresado” y saber que no ha pasado nada… los veía cuando venían a León y quedaban aquí a pasar las noches, pero de ahí a lo que yo tenía cariño material, y ahora me estoy refiriendo a ello, era a la casa. Aquella que me vio crecer.... para mi, había desaparecido.

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